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Padre Gabriel Carrón: recuerdo para un evangelizador creativo

A12 años de su partida, la comunidad santafesina rendirá homenaje en dos misas los días 22 y 25 de octubre. Pinceladas de su tarea sacerdotal y memoria de una luz que se reaviva.

Cuando octubre empieza a despedirse con la alfombra floral de los lapachos como cortejo, llega su impronta como una luz que se irradia desde el cielo. El 25 de octubre de cada año, se conmemora el fallecimiento del Padre Gabriel Carrón y el recuerdo de muchos fieles vuelve una y otra vez como los caprichos de la naturaleza.

Tanto que los brotes o las flores se anticipan, como los retoños de aquel lapacho que plantó la última vez antes de partir. Cada mes de septiembre volvía desde Suiza a nuestro país, para celebrar las Fiestas Patronales de San Jerónimo del Sauce, comunidad que acompañó su tarea sacerdotal durante casi tres décadas.

En cada vuelta, se organizaban actividades para recibirlo. Aquella última venida, plantó un ejemplar de lapacho rosado en el patio de la parroquia. Sus feligreses más conspicuos, sus amigos del alma en el fondo, cuentan que las heladas maltrataron a ese árbol que con los años volvió a brotar, y más: dio a luz a otros dos retoños que como hijos se esparcieron en esa tierra bendecida.

Hoy todas esas anécdotas nutren la figura de un hombre que regó de vida y amor a las comunidades que transitó. Nutrientes que dan su testimonio de Fe cada año, para mantener vivo su espíritu católico, su vocación por los demás, su obra que crece con el paso del tiempo.

Con estas reminiscencias, se celebrarán dos misas en su memoria, primero el sábado 22 a las 19 en la Catedral Metropolitana de Santa Fe. En tanto, el martes 25 a las 20 en la Pastoral Carcelaria también de la ciudad capital, cobijo durante muchos años de su labor social.

El pueblo recuerda

San Jerónimo del Sauce, en el corazón de Las Colonias, ha sido tierra fértil en la siembra del Padre Gabriel Carrón. Allí estuvo presente 29 años y 10 días. Y su partida marcó a fuego esa comunidad. Sus seguidores más próximos, recuerdan que el día de su velatorio, podían observarse los rostros de las personas que se acercaron para darle el último adiós y tener una postal de sus seguidores.

Como un recorrido de su historia, incluso más allá de “Sauce”: sacerdotes jóvenes y mayores, diocesanos y religiosos; religiosas de cuatro o cinco congregaciones, entre ellas religiosas de clausura; grupos formados por él como “Los  vagos  de María”, la pastoral carcelaria, la de los  niños en situación de riesgo; la de la asistencia de los niños en la calle, liberados de la cárcel; funcionarios; comunidades en las cuales sirvió de Santo Tomé y otros lugares. O el anciano sacerdote que lo recibió en Villa Elisa (Entre Ríos) cuando llegó a Argentina, con un sinnúmero de anécdotas.

Sus actitudes más simples, su naturalidad para expresarse, fueron la fuente de la que emergieron siempre palabras de consuelo, de aliento, de esperanza, de valoración. Sin mirar la condición de quien necesitaba algo, puso su afecto y comprensión para estar cerca del otro, ponerse en su lugar.

“La única manera de que su vida de entrega y dedicación no haya sido inútil, está en que cada  saucero viva su fe auténticamente y prácticamente como él enseñó, predicó y vivió” dice el testimonio de alguien que, como muchos, prefieren recordarlo desde el anonimato, como si aquella luz inspiradora que reflejó el Padre Gabriel no debiera tener destello alguno fuera de su ser.

Los últimos domingos en su predicación pidió que todos acudiesen -sin excusas-, al llamado de Jesús a la misa dominical, fortaleciendo a las vecinas y vecinos en el encuentro de la comunidad  que alaba, bendice y agradece a Dios, escuchando su Palabra que enseña y orienta para vivir como verdaderos cristianos.

Su pedido: que tuvieran alegría por su partida a recibir el abrazo del Padre, fruto de su fe firme en la Resurrección, prometida por Jesús, que él fue a recibir “… la corona de justicia, que el  Señor, como justo Juez, me dará en ese día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación” (2 Timoteo 4, 8b).

El hombre y su mundo

Nació en Suiza en el año 1938. Llegó a suelo argentino en el año 1972, acompañado de su hermano Alejandro, a fin de investigar el paradero de los suizos que habían emigrado hacia América. Luego de su paso por Entre Ríos, llegó el turno de la ciudad de Santa Fe, donde encontró la luz para reavivar su llama apostólica: Monseñor Zazpe.

En 1977, desde su rol de Arzobispo de Santa Fe, Zazpe lo invitó a trabajar en la Arquidiócesis para desarrollar su tarea pastoral. Con ese impulso empezó a escribir su historia por los más necesitados hasta que su vida se apagara el 25 de octubre de 2010. Creó entonces la Pastoral Penitenciaria, y hoy, Las Flores, Coronda y la Cárcel de Mujeres son parte de su legado. Casa San Dimas, con réplica en Suiza, es otro mojón en su camino de Fe.

El Padre Gabriel comenzó a interesarse por la problemática de la ciudad de Santa Fe. Trabajó en los barrios Santa Rosa de Lima, Villa del Parque, Alto Verde, y en el barrio Los Hornos de la ciudad de Santo Tomé. Conflictos barriales, evangelización de ancianos, jóvenes y niños, personas en situación de calle, fueron sus objetivos.

Hoy a 12 años de su muerte, bajo un cielo de octubre menos usual, inestable y no tan caluroso, la memoria viva de la comunidad de San Jerónimo del Sauce como la de todos los que guardan en sus retinas sus gestos más humanos, comienza a soltar sus sollozos, como las flores de los lapachos rosados que empiezan a despedirse, no sin antes, dejar una armónica estela de colores que bien podría ser el manto que el Padre Gabriel tiende, una vez más, para sus hijos.

Por Exequiel Kay