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Se fue el 2016, el peor año de la lechería

El 2016 se transformó en uno de los peores años de la historia para la lechería , una de las actividades más importantes de Santa Fe. Mercado, diálogo y políticas necesarias para recomponer una actividad insustituible.

Arrancamos el 2016 con un informe central sobre la crisis de la lechería. Por esos días, el flamante presidente Macri anunciaba un plan por unos $ 1.600 millones para la producción, ya que los tamberos venían cobrando desde hacía meses un precio que no alcanzaba a cubrir los costos.

La ayuda mantuvo la criticada metodología del gobierno anterior, y el subsidio tampoco alcanzó para resolver el problema de fondo: 40 centavos por litro por los primeros 3.000, producidos en enero, febrero y marzo. Por esta medida, el Estado desembolsó uno $ 600 millones.

En Venado Tuerto, el subsecretario de Lechería también anunciaba que iba a concretar una mesa de trabajo con todos los eslabones de la cadena, un hecho inédito que ilusionó a muchos. Pero cuando lentamente todo parecía remontar, el fenómeno de las lluvias de abril (y las nubes de mayo), asestaron el golpe fatal.

A lo largo de todo el año, en varios informes y notas especiales destacamos la gran incidencia de la actividad para Santa Fe, y cómo su gradual retroceso fue implicando distintos grados de crisis en el interior provincial.

Esta cadena “trófica” (según el colega Ezequiel Tambornini), siguió dejando a los productores librados a su suerte, y el Estado Nacional tampoco generó las herramientas extraordinarias para mitigar la crisis del mismo tenor que atravesó el sector.

El advenimiento del diálogo, el acercamiento de los ámbitos público y privado, el SIGLEA, el Observatorio de la Cadena, fueron -sin dudas- elementos superadores. Pero la falta de institucionalidad del mercado lácteo, la precariedad que subsiste en las obsoletas metodologías de “entrega” de la materia prima, y la falta de cohesión del sector primario, constituyen elementos estructurales a mejorar en 2017.

Antes a los problemas se los ocultaba, a las cifras se las “dibujaba”, y a las crisis se las negaba, tapándolas con discursos y épica. Ahora volvieron las cifras oficiales (que duelen), pero que permiten cuantificar la realidad. Aunque aquella promesa de Sammartino de enero sigue esperando concretarse.

Por Federico Aguer