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El cepo al maíz: papelones que cuestan caro

Los trece días que duró el papelón del cierre de las exportaciones de maíz generaron un costo difícil de mensurar. En principio se afectó la credibilidad de la Argentina como proveedor confiable de alimentos.

Hoy lo pueden hacer con el maíz y mañana con el trigo, la harina, la carne o la leche, puede pensar un importador. ¿Quién asume el costo extra del riesgo? No será el que compra, por cierto.

Quien ya esté preparando su planificación para la próxima campaña agrícola, ¿aplicará un paquete tecnológico ofensivo o se cuidará para tener lo justo si sabe que el mercado puede sufrir una nueva intervención? Otro costo extra.

Ese tipo de interrogantes son los que no suelen cruzarse por las tribulaciones de los funcionarios a la hora de tomar medidas inconsultas. Y el caso del maíz lo fue. Además del cierre de las DJVE del anteúltimo día de 2020, el domingo a la medianoche -momento ideal para hacer anuncios- el Ministerio de Agricultura dijo que iba a haber un tope de 30.000 toneladas diarias para aprobar. A las 48 horas de haberlo dicho, dio marcha atrás. En rigor, no es para sorprenderse en un Gobierno al que no le importa decir un día una cosa y al otro lo contrario, sin que a nadie se le mueva un pelo. Pasa con las tarifas, las vacunas contra el Covid-19 y las clases. Ahora se sumó el maíz a esa lista.

En medio de esas marchas y contrarmarchas renacen las antiguas teorías proteccionistas. La expresión más burda fue la de la diputada oficialista Fernanda Vallejos, quien expresó que para la Argentina era una “maldición” exportar alimentos, con el argumento de que si sube el precio de los commodities a nivel internacional eso impacta en la inflación local. Con menos crudeza, el ministro de Economía, Martín Guzmán, hizo hincapié en la necesidad de desacoplar los precios internacionales de los locales.

Estas expresiones, se sabe, alteran el ánimo de la producción. La historia se repite: cuando se aplican medidas para corregir esa supuesta anomalía se provocan transferencias de recursos de una parte de la cadena hacia otra. Se vivió con los ROE y los cupos de exportación de trigo y maíz que funcionaron como coto de caza más que como mecanismo morigerador del consumo interno. Pero ahora también la industria también padece la intervención del mercado, con la fijación de precios máximos. En vez de ocuparse de la emisión monetaria y terminar con el tipo de cambio diferencial y encarar un plan económico sólido, se propone controlar uno a uno los precios de la economía. La historia argentina es pródiga en ejemplos de lo que ocurre cuando se va por ese camino.

Otra vez, lo que se está perdiendo de vista es el escenario global. En un mundo atravesado por la pandemia, la producción de alimentos y materias primas agropecuarias es de los escasos sectores que se sostienen en pie. Nada parece indicar que en los próximos años la demanda mundial de alimentos vaya en descenso: por el contrario. Es por eso que cualquier medida restrictiva hacia la producción no hará otra cosa que desaprovechar ese escenario. También la historia productiva del país es pródiga en ejemplos de lo que ocurre cuando se desalienta la inversión. Con ROE y retenciones, el trigo y el maíz fueron cultivos secundarios. Menos mal que estaba la soja.

En todo caso, si como sucede ahora hay una suba circunstancial de precios y se necesita apoyar a un sector de la población, debería adoptarse un mecanismo transparente que no implique quitar recursos de un sector de la cadena para transferirlo a otro. Por ejemplo, facilitar que los consumos internos operen en los mercados de futuros o aplicar líneas de crédito a tasas razonables. También el Gobierno podría ofrecer bajas de impuestos temporarias a aquellos sectores que apunten al mercado externo sin descuidar al consumidor local.

Además del plano económico está el político.El kirchnerismo más duro extraña los tiempos de la 125. De ese conflicto nació su identidad. Tener un enemigo a mano acaso también sea una forma de disimular los errores de gestión. De allí que el Gobierno privilegie al Consejo Agroindustrial en vez de a la Mesa de Enlace como interlocutor. Pierde tiempo y energías porque podría hablar con todos y descomprimir una situación de tensión que va en ascenso. Esto se reflejó en las asambleas organizadas por los autoconvocados.

Además de los precios, el tiempo acompaña. Las lluvias de los últimos días en la zona núcleo, donde el maíz ya estaba muy castigado y las sojas comenzaban a expresar el deterioro, le dan un empujón a la campaña de granos gruesos. Todavía falta y hay zonas ya muy afectadas.

Si el Gobierno no estuviera dispuesto a pegarse un tiro en el pie debería dejar actuar a uno de los sectores más competitivos de la economía argentina.