Campo

Tiempo y decisión política para poner la casa en orden

Pasan las semanas y la dinámica de la crisis se agrava en casi todas las actividades del campo. En la pampa húmeda, en el Norte y por supuesto en las economías regionales. “Se produce a oscuras”, dicen los empresarios sin exagerar. No hay señales ni luces que indiquen algún camino de salida de una situación asfixiante.

En el frente externo ocurre un juego de pinzas: nuestros compradores se debilitan, como China y su economía que se desacelera, y los competidores se fortalecen gracias a que devalúan sus monedas; el real se devaluó 25% en lo que va del año. Con los últimos movimientos monetarios, la industria frigorífica exportadora de carne vacuna, por ejemplo, quedó prácticamente afuera de los mercados.

El aumento de los costos internos en dólares se refleja en el precio del novillo. La distorsión llega al punto de tener la mayor brecha histórica de precios en dólares de la carne entre Argentina y Brasil. Es del 66% cuando en enero de este año la carne argentina sólo superaba a la brasileña en un 7%. Competir se volvió una misión imposible.

A este escenario hay que sumar los males de la economía local con la consabida inflación de costos, alta presión impositiva y pérdida de competitividad. ¿Cómo se sigue, entonces?.

Aunque se ponga cada vez más oscuro no hay que perder de vista dos cuestiones que hacen equilibrio entre los diagnósticos optimistas y los pesimistas de siempre. En primer lugar, recordar que la demanda de alimentos en el mundo no afloja. Es decir, de este atolladero se sale. Lo segundo a tener en cuenta, en especial para los que trabajan a fuerza de tener conectado un precario respirador financiero con la expectativa puesta en que todo cambiará después de las elecciones, es que no hay escapes inmediatos de este escenario. A no quedarse corto con las previsiones calculadas.

En todo esto la gran responsabilidad será del próximo gobierno. Descartando que estará obligado a corregir las grandes distorsiones que acumuló la macroeconomía, quedan aún muchas decisiones por tomar en lo que hace a política agropecuaria.

Si el ganador de las próximas elecciones mantiene el modelo actual o aplica el gatopardismo de cambiar algunas cosas para que en esencia nada cambie y se sienta a esperar una repentina y salvadora suba de los precios internacionales, lo que se garantizará será la salida de miles de productores y la quiebra de buena parte del aparato productivo.

Si se conforma con sólo remover las lacras más evidentes del sistema kirchnerista de represión productiva como Roe y retenciones brindará un alivio evidente. Pero quedará a mitad de camino para explotar todo el potencial de la producción de alimentos.

Esto sólo se logrará de encarar mejoras en la productividad sistémica. En la larga noche de la pelea entre el Gobierno y el campo quedaron demasiadas cuestiones pendientes que hacen a la competitividad de nuestro agro.

Productividad y competitividad suenan a palabras académicas, indoloras, y que apenas sobrevuelan los problemas concretos de los empresarios del sector. Sin embargo, la tarea de ganar competitividad sistémica se desarrolla en la calle desarmando intereses creados. De la larga lista de problemas a enderezar el más evidente es la competencia desleal que sufren las empresas que trabajan en la economía formal frente a la economía en negro. Lejos de estar controlados o perseguidos por los organismos del Estado, sus representantes más notorios se suelen pasear campantes junto a intendentes y candidatos para las próximas elecciones. Muchos participaron, por ejemplo, en la “escuelita” donde el ex secretario Guillermo Moreno impartía las coordenadas de la política ganadera. Es más que evidente que una parte de la política esta asociada a los márgenes que resultan de la evasión de impuestos y de las normas sanitarias, laborales y ambientales.

Los frigoríficos exportadores de carne vacuna y muchas industrias de la alimentación que no pueden competir en el mercado interno contra las ventajas de la informalidad, se preguntan: ¿se puede llegar a conquistar los mercados del mundo sin poder vender antes al cliente local?. Cualquiera de los gurúes empresarios diría que es imposible.

Es inconcebible entonces que un país exportador de alimentos mantenga el doble estándar alimenticio. ¿Fue Daniel Scioli el que dijo que con la comida no se jode?.

Por: Felix Sanmartino